¿De dónde viene el miedo a hablar en
público?
“Hay
dos tipos de oradores: los que se ponen nerviosos y los mentirosos”. Mark Twain
lo tenía claro, seguramente por
experiencia propia: hasta el personaje público más curtido y desenvuelto siente
cierto grado de zozobra cuando se enfrenta a semejante situación. Porque
exponerse al juicio ajeno genera uno de los temores humanos más compartidos e
incontrolables, que puede degenerar en puro terror, como dice experimentar
entre el 20 % y el 30 % de los españoles.
Tan extendida está la glosofobia –su
nombre técnico, explota precisamente la angustia a hablar en público: los
voluntarios son conducidos a una habitación donde tres personas con cara de
pocos amigos les conminan a preparar durante diez minutos una presentación de
cinco minutos.
En realidad, el miedo a hablar en
público puede definirse como una respuesta desproporcionada: “Nuestro sistema
nervioso autónomo confunde una preocupación con una amenaza, igual que si
fuéramos a cruzar una calle y viéramos que se acerca un coche y nos va a
atropellar”, explica la psicóloga María Jesús Álava. “Entonces –añade– se nos
acelera el ritmo cardiaco e hiperventilamos”.
Otros síntomas pueden acompañar a esta
típica reacción “de lucha y huida”, que saca a relucir lo más atávico e
irracional de nuestra conducta animal: sudores, temblores, falta de aire,
enrojecimiento de la piel, pérdida del hilo e incluso mareos. El cuerpo se anticipa
así al –falso– desastre.
En 2009, investigadores de la
Universidad de Wurzburgo, en Alemania, comprobaron que, efectivamente, se
activa un mecanismo psicológico para defendernos de un posible ataque o una
humillación. En concreto, los sujetos a quienes se les dijo que iban a dar una
charla eran más sensibles a los rostros de disgusto, los procesaban más rápido que
el resto de los participantes.